En el próximo artículo, os presentaré mi nuevo libro: fecha de publicación, de qué trata, un resumen de lo que encontrareis en él y quién es el científico (en mi opinión, el mayor experto mundial en genes y longevidad) que me ha ayudado a mejorar su contenido y ha escrito el prólogo.
No obstante, hoy ya os doy algunas pistas sobre todo lo anterior. A continuación, os comparto un extracto del comienzo del capítulo 1, donde explico qué es la epigenética, cómo se diferencia de la genética y de qué manera ambas impactan en nuestra salud y longevidad.
Todas las personas saben que la genética influye en nuestras vidas, pero lo que no todos conocen es que esta relación es bidireccional: nuestra vida (hábitos), a través de la epigenética, también afecta a la genética. Vamos a explicarlo.
Aquí tenéis el extracto.
¿Qué es la epigenética?
Comencemos con una definición técnica: la epigenética es el estudio de los cambios que regulan la expresión de nuestro ADN sin alterar su secuencia. Este campo se centra principalmente en dos procesos: 1) la metilación del ADN y 2) la modificación de las histonas. Dicho de otra manera, la epigenética estudia cómo los hábitos y el entorno pueden causar cambios que afectan la manera en que la información de nuestro ADN es interpretada, pero sin modificar el propio ADN. Vamos a profundizar en esto.
En nuestra biología existen dos tipos de información:
- Genética: es la información almacenada en nuestro ADN. Esta información es la que heredamos de nuestros progenitores y no se altera, con ella nacemos y morimos. Es un conjunto de «instrucciones» codificadas que guían nuestro desarrollo y funcionamiento; es, en esencia, nuestro «manual de instrucciones de nacimiento».
- Epigenética: tiene la capacidad de cambiar y regular cómo se utiliza la información genética anterior. La epigenética indica cómo debe expresarse la información del ADN en cada célula, por ejemplo, qué genes deben estar silenciados y cuáles deben activarse. Esto permite, entre otras cosas, la diferenciación celular, es decir, que cada una de nuestras células (que son genéticamente idénticas) asuma miles de funciones diferentes. Por ejemplo, una célula del ojo tiene la misma información genética que una célula del hígado, pero es el epigenoma el que, activando unos genes y silenciando otros, hace que esas células se diferencien y cumplan funciones distintas. El epigenoma marca y desmarca nuestro ADN con «etiquetas» químicas como los metilos (que silencian los genes y zonas del ADN) y acetilos (que los activan), pero sin alterar el propio ADN. Imagina un jarrón al que le ponen un post-it con un mensaje que dice: «frágil, no tocar», el jarrón sigue siendo exactamente el mismo, pero contiene una información importante que ayuda a preservar su integridad y reduce las posibilidades de que se rompa.
Como menciona Carlos López-Otín en su libro La vida en cuatro letras: «El genoma almacena información, mientras que el epigenoma la organiza […] el epigenoma sería algo así como la gramática o la ortografía del genoma […] los cambios epigenéticos actúan a modo de tildes, comas, diéresis o puntos que dan sentido gramatical al mensaje genético y reflejan el diálogo del genoma con el ambiente en el que se desarrolla la vida […]. Así, dependiendo de la alimentación, de la temperatura, de la actividad física o de las emociones que experimentemos, se irán generando estos cambios epigenéticos en forma de metilaciones en el ADN o de modificaciones en las histonas que determinan que la información contenida en el genoma se exprese o no, que los genes se activen o inactiven, que hablen o queden en silencio».
Es decir, la epigenética es la manera en que la información de nuestro ADN es interpretada según los cambios que experimenta bajo la influencia de factores ambientales. Este proceso, como veremos, controla gran parte de nuestra vida.
Genética vs. epigenética: ¿qué es más importante?
Ahora que entendemos qué es la epigenética, surge una pregunta natural: ¿qué es más importante para nuestra salud, la genética o la epigenética? La respuesta no es sencilla y, como siempre, depende del contexto. Ambas desempeñan papeles fundamentales, pero de maneras complementarias y diferentes.
Nuestra genética proporciona el punto de partida, las «instrucciones» con las que nacemos, determinando factores como la predisposición a ciertas enfermedades. Estos aspectos son fijos y no cambian a lo largo de la vida, aunque influyen en muchos aspectos de nuestra salud y desarrollo.
Por otro lado, la epigenética modula cómo se expresan esa genética, lo que permite que se adapte a nuestro entorno y a los cambios que experimentamos. Está influenciada por hábitos y factores ambientales, como la alimentación, el ejercicio, el estrés, el descanso, la edad y la exposición a toxinas. Esto significa que, aunque no podemos cambiar nuestra genética, sí podemos influir en su expresión a través de nuestras elecciones de vida.
Para entender mejor cómo interactúan los hábitos, la genética y la epigenética, pensemos en una analogía con dos coches nuevos. Uno es un automóvil de lujo, como un Ferrari, mientras que el otro es más modesto. Ambos salen nuevos de fábrica con sus propias características. El auto de lujo tiene un motor potente y tecnología avanzada. El coche más sencillo también cumple su función, aunque con menos opulencias.
En esta analogía, la genética sería la calidad inicial del automóvil. El Ferrari representa una genética «favorable», con genes que ofrecen ventajas, como menor predisposición a enfermedades o una mejor capacidad física. El coche más modesto, en cambio, simboliza una genética menos ventajosa, con mayor predisposición a enfermedades o limitaciones físicas.
Pero aquí entra en juego la epigenética, que sería la manera en que el cuidado y mantenimiento de esos autos influye en su funcionamiento. Si el coche de lujo (nuestra buena genética) no recibe un buen mantenimiento (no lo llevamos a revisión, lo exponemos a condiciones adversas o lo chocamos sin repararlo), su vida útil será mucho más corta y su rendimiento mucho peor. En cambio, si cuidamos el automóvil modesto con esmero (le hacemos todas las revisiones, lo guardamos en un garaje y lo mantenemos en perfectas condiciones), aunque sea más sencillo puede funcionar mejor de lo que esperábamos y durar incluso más años que el coche lujoso. El cuidado y el mantenimiento, que afectan al funcionamiento del automóvil, pueden marcar una diferencia aún mayor que las características con las que vino de fábrica.
Del mismo modo, aunque una buena genética nos puede dar ventajas, son nuestros hábitos y el entorno los que determinan cómo se expresa. Una persona con genética favorable podría desarrollar enfermedades si no cuida su cuerpo a través de la alimentación, el ejercicio, el descanso y el manejo del estrés. Mientras tanto, alguien con una genética menos favorable, pero que cuida su salud de manera diligente, puede vivir una vida larga y saludable. Así como un automóvil de lujo no garantiza una larga vida útil si no lo cuidamos, tener buenos genes no es suficiente si no hacemos las elecciones correctas para optimizar su funcionamiento.
En resumen, ambos factores son esenciales para la salud:
- La genética define nuestro rango de posibilidades, los límites con los que nacemos. Si, por ejemplo, alguien tiene genes que aumentan el riesgo de enfermedades cardiovasculares, esos genes no se pueden cambiar.
- La epigenética, sin embargo, nos ofrece una oportunidad para influir en la expresión de esos genes. Con elecciones saludables, como una buena dieta y ejercicio, podemos «tocar las teclas correctas» para minimizar el impacto de los genes perjudiciales y maximizar los beneficios de otros protectores.
No hay una respuesta simple a qué es más importante, pero la epigenética tiene una ventaja: es modificable y responde a nuestras decisiones. Aunque la genética nos da un punto de partida, la epigenética nos permite maximizar o desaprovechar ese potencial. Nos da cierto control sobre nuestra salud. Es el puente entre nuestros genes y el ambiente.